Arte Contemporáneo y límite postmoderno para una creatividad ética

sábado, 2 de agosto de 2008 |

"Retrato al Pensamiento Lineal"
Dibujo de Carlos Santos, 2007



“La moralidad, la fuerza del artista, se mide en el acto que,
en cada situación, elige su situación, aceptando el juicio de la historia.”

Umberto Eco

Pienso que no existe drama existencial alguno, más intenso, que el vivido por el artista ante el conflicto ético, surgido al conjugar el arte con su tiempo y la condición de creador.

Aquí la creación no es reductible a una ética del oficio, donde sólo se valida el conocimiento y dominio de los factores técnicos y artísticos involucrados. El acto creativo posee un imperativo transformador y transfigurador de la realidad (función ética), para lo que la propia creación no poseerá límites. Estos límites, provendrán de factores artísticos y extraartisticos; sean por condicionantes de carácter socio-históricos, o por carencias conceptuales, estéticas, artísticas o personales, que incapacitan al artista para trascender los marcos de actuación y ser.

Lo anterior, nos hace hablar de ese clima de época llamado postmodernidad, que induce a que estemos siempre advirtiendo los límites éticos en el arte contemporáneo. Desde el punto del desarrollo histórico, la postmodernidad estaría cimentada sobre cambios que posfechan a la modernidad y que crean nuevas formas de sensibilidad cultural, reflejados en la estética y el pensamiento contemporáneo.

En cuanto al arte contemporáneo, la vertiente más socorrida del análisis, ha girado en concebir al postmodernismo como estilo visual o estético dominante. Sin embargo, en la teoría postmoderna, como señala David Morley, citando a Raymond Williams, queda expresada también “…una estructura de sentimiento” de época; en donde “Sería más apropiado hablar de la creciente conciencia de la desilusión de la existencia de varios tipos de “límites”, por ejemplo el descubrimiento de los límites ecológicos a la industrialización (…) o quizás el fin de determinados sueños sobre el “progreso” en Occidente
.” [1]

Al adentrarnos en este territorio, también el arte buscará soluciones mínimas y parciales. Empero, “…lo que está en el horizonte son intensificaciones, aumento de velocidad, turbulencias, incrementos de complejidades, mayores intercambios, más diversidad, proliferación de dimensiones y producciones continua de novedades”[2], hecho, que al decir de José Joaquín Brunner, no ocurre sin pérdida de coherencia. Esta se ha convertido en la época de las “descontrucciones” y de un “proceso de destrucción creadora”, como modo de acotejar esta ambigüedad.[3]

Vale decir, que de tal suerte, hemos perdido referentes conceptuales en el arte contemporáneo, a la vez que obtenemos otros, que han traído crisis ética y estética. Así pues, tendremos una relación igualmente contingente entre ética y arte, que tenderá a limitar la experiencia estética, disminuyendo el vínculo dialogante entre obra y espectador, en la medida en que también verificamos una fuga de lo real, así como un marcado interés por refugiarnos en narrativas personales.

Veremos acontecer, una sensible reducción de la función social del arte, en la que se inhibe “…el ritual movilizador de lo social” limitando la experiencia a experiencias posibles. Aquí el vínculo entre arte y política, no es muy claro. En tal sentido, el arte por tanto, no alcanza a ser un instrumento que construye diferencia y otredad.

Es innegable que tendemos a identificar lo ético con lo bello, como nos advierte David Paúl. Empero, sólo lo bueno corresponde a una categoría propiamente de la ética. Objetivamente sabemos, que lo bello actuará por analogía respeto al bien, en cuanto categoría estética que apuntala un ideal supremo en la condición moral.

Atendiendo a esa aseveración anterior, este mismo autor considera que, por su definición, ambas categorías son distintas, aunque construyan esa analogía importante. Efectivamente, “El bien es el valor supremo de la moral, la idea que debe regir nuestros actos, aquello que se considera como fin de todas las cosas (El bien supremo), aquello que se hace objeto de un derecho o de una obligación, una utilidad, un beneficio, en definitiva... Lo que es conforme al deber. La belleza se define como la armonía física o artística que inspira placer y admiración, como en efecto inspira el bien, pero que se restringe a aspectos de beldad.”[4]

Aunque el enfoque de David Paúl, es interesante, debemos por otro lado, evitar caer en un reduccionismo hacia el objeto ético y estético; como insinúa dicho autor, al considerar que “La diferencia estriba, en el matiz de que la belleza solo es tal referida a personas físicas o elementos de arte, mientras que el bien es una categoría de la moral.” Desde otra perspectiva, valdría considerar que la belleza deberá ser validada en cualquier realización humana, incluyendo la sociedad como obra e ingenio humano.

El reduccionismo implícito en este texto, en un contexto de postmodernidad nos acerca a una pérdida de totalidad y alimenta una ética relativista, con graves consecuencias y contradicciones para la conciencia creadora. Por eso, tiene razón Karel Kosik, al decir que “Las contradicciones de la realidad de la sociedad humana se transforma en antinomias fijadas si están desprovistas de la fuerza de unificación que constituye la práctica humana como totalidad y vivificación.”[5]

No podemos negar, que el arte por su naturaleza y función sea contradictorio en su búsqueda de hacer visible la esencia humana. Herbert Marcuse advertía que la obra artística, para constituirse como tal, requiere un proceso de “estetización de contenidos” porque cuando se renuncia a la forma estética, es verdad que no se pierde la relación entre arte y vida, pero sí se suprime, la diferencia entre “ esencia y apariencia”, que es donde tiene fundamento la verdad artística.[6]

En conclusión, el Arte contemporáneo está envuelto en un contexto de época, que afianza en su seno, un relativismo ético, que sirve de fundamento a la justificación de la “norma”. Así pues, las distintas formas de la justificación de la norma, es decir; la justificación social, la razón práctica y la razón lógica [7], se imponen de forma aislada, alejando la posibilidad de una articulación dialéctica; que pueda crear un “código moral” o “sistema normativo” contemporáneo y universalmente humano, para la creación artística.

Las grandes obras que consideramos universales, lo han sido porque sus creadores han logrado este supremo objetivo, clave para una creatividad ética.

Para finalizar, permítanme citar a Carlos Fajardo Fajardo, que al analizar la pérdida del sentimiento sublime en la estética contemporánea, nos dice:

“Si no se puede presentar el absoluto, al menos se le puede manifestar que existe.” [8]

________
Ponencia presentada por Carlos Santos en el Panel Arte Contemporáneo: ¿Creatividad sin límites éticos?, Celebrado el 25 de julio 2008, en el Centro Cultural Eduardo León Jimenes. (Versión sintetizada).

[1] David Morley, “El posmodernismo: una guía Básica”, Estudios Culturales y Comunicación, Págs. 86 y 87. Editorial Paidós, Edición 1998. España.
[2] Ibíd. Pág. 45

[3] Loc. Cit. Pág. 45.

[4] David Paúl, “ La ética en la Comunicación artística”: hhttp://www.geocities.com/davidpaul_es/etica.html

[5] Karel Kosik, Dialéctica y Moral, tomado de “La Conception Marxista de L´homme”, París, 1964, primera edición, Versión en Español, publicado por la Universidad de Autónoma de Sinaloa, México. 1997. Pág. 31.

[6] José Jiménez, “La estética como utopía antropológica”, Pág. 152. Cuadernos de Filosofía y Ensayo, Editorial. Tecnos. S.A.1983.

[7] Este tema es abordado muy lúcidamente, Adolfo Sánchez Vázquez en su obra: “Ética” Tratado y Manuales Grijalbo1969. Págs. 207-216.

[8] Carlos Fajardo Fajardo, “Estetización de la Cultura, ¿Perdida del sentimiento sublime?” ver en : http://www.ucm.es/info/especulo/numero16/estetiz.html

1 comentarios:

Kutty Reyes dijo...

Exquisito comentario Carlucho lo he digerido con mucha pasión te felicito, no tiene desperdicio.

Un gran abrazo hermano.