¿Estrés cultural?

miércoles, 9 de julio de 2008 |


"Complejidad del Yo", Obra de Carlos Santos, 2007


Desde que el fisiólogo canadiense Hans Selye empleara el término Estrés en 1956, tomado de la física y la ingeniería, el concepto ha transitado por varias disciplinas científicas; creando verdadera controversia dado su significado original, que alude a cuando un objeto es sometido a determinadas fuerzas y tiende a su rompimiento o transformación.

Los experimentos de Selye demostrarían que de forma similar, en animales y humanos, bajo ciertas circunstancias y estímulos, se desencadenan procesos adaptativos reactivos, en fases, que provocan evidentes cambios. Con su teoría de la “Energía de Adaptación”, advertiría que la capacidad adaptativa es finita, ya que sólo toleramos cierta cantidad de estrés.

Hemos visto que la Psicología ha estudiado el estrés psicosocial, llegando a calificarla como una de las enfermedades típicas de nuestro tiempo. Por su parte, la ecología incorporará posteriormente el término, bajo el concepto estrés medioambiental. En este caso, se estudiarán las reacciones fisiológicas en plantas y animales, así como su capacidad de adaptación y cambio en los seres vivientes, ante situaciones que desfavorecen su desarrollo e impiden optimizar sus funciones, por la agresión de agentes y factores que impactan el medio ambiente.

En el último siglo, hemos sido testigo de verdaderos cambios y transformaciones en el seno de la sociedad y la cultura, gestado por procesos de mundialización económicos, tecnológicos y políticos, que se hacen hegemónicos, afectando aceleradamente nuestro modo de vida. Con ello, quedan impactadas directamente las identidades; produciendo exacerbación en los procesos identitarios, que como sabemos, son fuentes de sentido y orientación para individuos, grupos sociales, comunidades, etnias y naciones.

Entonces, ¿Ante los cambios que estamos experimentando en la sociedad y la cultura, no podríamos hablar del Estrés Cultural? ¿Son las fuerzas transformadoras de la globalización inevitables? ¿Cómo mitigar su impacto conservando nuestras esencias culturales? y, ¿Cual sería el límite de tolerancia del estrés cultural? Evidentemente, todas estas interrogantes nos ponen de cara a un indiscutible escenario de tensiones, desequilibrios e incertidumbres.

Al parecer, lo que podríamos llamar estrés cultural estaría suscitado tanto por el agresivo proceso de mundialización y globalización cultural, cuya dinámica se orienta a la homogenización y estandarización de las culturas, como por las respuestas inconsistentes de políticas culturales, que no atinan a enfrentar los efectos perturbadores de la globalización cultural.

Desde este punto de vista, nos hallamos en un estresante medio donde sólo quedan activados procesos de individuación, y se desactivan los dispositivos para el sostenimiento y construcción de identidades colectivas, que sí pudieran reducir el estrés cultural al garantizar la diversidad y la interculturalidad.

En ese contexto, la llamada “ecología cultural del desarrollo”, propuesta por George Yúdice, va en el sentido correcto. Es evidente el despoblamiento de políticas sostenibles en la cultura, las que no alcanzan a construir espacios para que sobrevivan y se fortalezcan las culturas y las identidades.


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